DISCURSO DEL SEÑOR VICEPRESIDENTE EN CEREMONIA DE HOMENAJE A JOSÉ LUIS ÁLVAREZ – CATUR

Quito, 23 de marzo de 2011

“Shakespeare decía que estamos hechos del material del que están hecho nuestros sueños. Con ello nos expresaba que la diferencia entre sueños y realidad es muy pequeña. Ambos son consecuencia de la interpretación de nuestro cerebro. Eso es lo que aprendí de José Luis: que los sueños sí pueden volverse realidad, porque la diferencia la hacemos nosotros.

Hay seres humanos que están llenos de sueños y son gente buena, pero únicamente los que los vuelven realidad, son indispensables. Uno de los grandes defectos del ser humano es no notar la diferencia; si no, pregúntenles a quienes se han deslumbrar por aquellos que tienen facilidad de palabra.

José Luis es una máquina de hacer ideas y de concretarlas.: un ejecutivo. No necesito mostrar pruebas de ello, pues todos ustedes las conocen; sin embargo, yo viví con él una de ellas: la Cámara de Turismo.

Una querida amistad hacía que jugáramos tenis con frecuencia y que nos reuniéramos seguidamente a compartir con nuestras familias.

Mi mujer es quien me “da escogiendo” los amigos y nunca se equivoca. Es obsesiva con algunas ideas; cree que tal y como un hombre es una vida de hogar, lo es en todo lo demás.

En el caso de José Luis, eso es realidad. ¡Es tan cariñoso con su esposa, sus hijos y sus nietos!, e igual entrega tiene para con los amigos y los emprendimientos.

Aún recuerdo la primera vez que fui a su quinta en Tumbaco; un nieto se había caído y corrió llorando donde José Luis, quien lo abrazó y –en menos de un minuto- quedó dormido… Luego de un momento, el niño también se durmió.

En mi relación con José Luis se cumple lo que dijo Oscar Wilde: “la risa no es mal comienzo para la amistad, y está lejos de ser un mal final”.

Sabía que era un buen ejecutivo, por los resultados. Había generado una prestigiosa cadena de hotelería, a la que llamó APARTEC. En sus empleados se veía una escuela de trabajo. Era un buen cliente de las publicaciones de mi empresa, pero nunca habíamos tenido una relación directa de trabajo… Hasta que un día: ¡sucedió!

José Luis hacía dos tipos de llamadas: unas cuando no tenía nada que hacer; entonces llamaba únicamente a joder, las otras eran las desesperadas, porque había descubierto una nueva forma de salvar el mundo.

Ese día fue de las segundas: “Lenín, vente a tomar un café”, me dijo. “Bueno, pero con torta de chocolate”, le respondí.

Teníamos las oficinas muy cerca, en la Amazonas; así que, en cinco minutos, estuve frente a él.

“Lenín, ¿quieres hacer historia?”, me preguntó. “Bueno, pero sin morirme”, le respondí. “Hagamos la Cámara de Turismo”, me dijo, “te llamé porque necesito una persona que trabaje duro”. Yo le contesté: “Si me das dos días te la busco y encuentro”. “¡Deja de joder, esto es serio. Quiero que seas el director de la Cámara!”

No les alargo el cuento, ni puedo hacerlo, porque en pocos días todo estaba listo. Lo primero fue dar confianza a los socios; empezamos arrendando la casa de la seis de diciembre, la amoblamos con cariño y empezamos a dar un buen servicio que se volvió símbolo de trabajo efectivo. Con Freddy y Paco, que se unieron enseguida, las cosas marchaban a todo dar. Propuse una campaña de afiliación que resultó muy efectiva.

Por cierto: de allí saqué buenas ideas para la campaña “Manuela Espejo”, que hoy es un símbolo de efectividad, no solo en el país, sino fuera de él. Fue una excelente escuela de trabajo.

Entendía que nuestra labor tiene que ser un servicio que se brinda con alegría.

Hay muchos recuerdos de José Luis que hoy se agolpan. Un día fuimos a Esmeraldas, yo estaba tranquilo en la playa cuando veo que se acerca en terno de baño, todo él blanco, blanco… ¡qué susto! Pensé que era un alma bendita del purgatorio, por lo que solo acerté a preguntarle: “Oye, ¿en qué cementerio espantas?”.

Pero a José Luis, realmente lo conocí después de mi accidente. Rabindranath Tagore decía que la “verdadera amistad es como la fosforecencia: resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido”. Estuvo desde el primer momento, tanto él como su querida familia. Me visitaban con frecuencia y ese es uno de mis más cálidos recuerdos.

Lo demás es historia conocida. Aquí estamos, en esta parte de la vida, juntos. Nos llamamos a menudo (ya no es ni el primer tipo de llamada que José Luis solía hacer, ni el segundo, porque aunque ahora seguimos jodiendo, ya no salvamos el mundo sino más bien nuestras memorias, especia en extinción por causa del efecto Alzheimer.

En eso me gusta seguir a Alfonso el sabio: “Quemad viejos leños, bebed viejos vinos, leed viejos libros, tened viejos amigos”.

Quizá por la edad o acaso por la desocupación, hay una frase que nos calza perfectamente: “Amigos son aquellos extraños seres que nos preguntan cómo estamos y esperan oír la contestación”.

Que no les engañe su semblante severo. No es tan bravo como parece. José Luis es de esa vieja cuña de hombres enérgicos y rigurosos, que por dentro son más dulces que el pan, pero igual de edificantes.

Y es que con él pronto se comprende que los amigos se hieren con la verdad, para no destruirse con las mentiras.

No se anda con medias tintas ni si suele dorar ninguna píldora. Por eso, oído sus consejos con atención, porque sé que son sanos y valiosos.

¡Qué bueno que te hagamos un homenaje, mi querido José Luis, te lo tienes merecido!”.