PRESIDENTE CORREA: PROCESO DE TRANSFORMACIÓN QUE VIVE EL ECUADOR NO PODRÍA ENTENDERSE SIN EL APORTE DE LENIN MORENO

Quito, 20 de mayo de 2010

En una emotiva ceremonia, el Presidente de la República, Rafael Correa, intervino para exponer los méritos del Segundo Mandatario, en favor de los grupos más sensibles del Ecuador, en la denominada “Laudatio” o parte introductoria de la ceremonia de investidura del doctorado Honoris Causa, otorgado a Lenin Moreno por la Universidad de las Américas (UDLA). A continuación, el discurso expresado por el Primer Mandatario ante los profesores, alumnos y el consejo académico de la institución de educación superior.

“Por expreso pedido del compañero Vicepresidente, pero, por sobre todo, por justicia, y para rendir tributo a un extraordinario ser humano y mejor amigo, estamos, tras un largo periplo europeo, infinitamente contentos de asistir a un acontecimiento de esta naturaleza.

Este tiempo, que podría ser comparado, naturalmente con humildad y guardando las proporciones, con la gran epopeya de la lucha alfarista, podría llevar también semblanzas que Manuel J. Calle usó para catalogar esa historia. “Los hombres de la revuelta”, llamó Calle a los principales combatientes de la Revolución Liberal.

El proceso de transformación que vive el país no podría quizá entenderse sin el aporte de un compañero de la dimensión humana y política de Lenín Moreno. Podríamos ampliar y profundizar la perspectiva de Manuel J. Calle y decir entonces: “Los hombres y mujeres de la Revolución”, y en ese caso, Lenín estará, en cualquier memoria histórica, a la vanguardia de este proyecto social, económico y político que ha enarbolado la esperanza, la soberanía, la equidad y la justicia.

Desde los primeros días, cuando se conformó el binomio presidencial, sentimos la calidad de persona, la generosidad y altruismo, la bondad, el humor, la inteligencia de Lenin. No es el espacio para un recuento histórico ni memorial, pero sí cabe el recuerdo de momentos, imágenes, sucesos.

Jamás Lenin Moreno se ausentó de la campaña, cuando habría tenido todas las justificaciones para hacerlo. Pero aquello, que es evocación del sacrificio, se convierte en ejemplo de abnegación, de quijotismo.

Nunca ha faltado a su palabra, y esa palabra siempre fue un llamado a la unidad de nuestro pueblo, la invocación a la transformación estructural, una apuesta por los más pobres entre los pobres, una voz por los humillados y ofendidos.

Siempre está para decir: nosotros, para cantar nuestros pasillos, para iluminar con su humor e imaginación. Quizá tan solo una muestra reciente de esas palabras de Lenin sean esa especie de sentencia sobre las interpretaciones antojadizas de cierta prensa, al decir: “Si ese sector de la prensa hubiese visto a Jesucristo caminar sobre las aguas, el titular habría sido: “Jesús no sabe nadar”.

“Sonríe Ecuador, somos gente amable”, denominó Lenín a la campaña emprendida para concienciar a millares de servidores públicos del privilegio que significa servir. “Humor para la vida y el trabajo” fue otro programa desarrollado para ayudar a mejorar las condiciones de atención que debemos a los usuarios de las empresas del Estado, pero, sin duda, Lenin nos tenía reservadas otras agendas, dignas de las más alta condición humana.

“Ecuador sin Barreras”, un programa que mantiene como filosofía propiciar la inclusión de personas con discapacidad a la sociedad y garantizar el cumplimiento de sus derechos, fue otra tarea emprendida por Lenin y su equipo de la Vicepresidencia.

Al decir los más pobres entre los pobres, debemos necesariamente hacer mención a dos campañas promovidas por el compañero Vicepresidente. La Misión Manuela Espejo, que significa una cruzada sin precedentes en la historia del Ecuador; un estudio científico – médico para determinar las causas de las discapacidades y conocer la realidad bio psicosocial de esta población desde los puntos de vista biológico, psicológico, social, clínico y genético, con el fin de delinear políticas de Estado reales, que abarquen múltiples áreas como salud, educación y bienestar social. Huelga decir que jamás en la historia el Estado había emprendido una gestión humanista, ética, cristiana y revolucionaria como esta. Los marginados entre los marginados, víctimas del abandono, la desidia y hasta el desprecio o la burla, ahora han sido observados, tomados en cuenta, como ciudadanos y ciudadanas de la Patria.

Gracias al convenio entre Ecuador y Cuba, alrededor de 400 médicos de ambas nacionalidades han indagado a profundidad sobre las causas de las discapacidades. En largas caminatas, travesías en canoas, a lomo de mula, en condiciones precarias, pero con espíritu solidario y generoso, los genetistas cubanos, médicos ecuatorianos, con el apoyo de nuestras Fuerzas Armada, han llegado a lugares insospechados, que ni siquiera estaban registrados en los mapas.

“Manuela Espejo” lleva identificadas ya a 134.629 personas con discapacidad, luego de visitar 602.491 viviendas, en las provincias de Cotopaxi, Carchi, Esmeraldas, Sucumbíos, Imbabura, Napo, Manabí, Los Ríos, Orellana, Pastaza, Morona Santiago, Zamora Chinchipe, Loja, Azuay, Cañar, Bolívar y ahora Chimborazo. Esta es la Patria que vuelve, la que invocamos en la campaña, y sabemos cumplir con nuestras promesas, no ofertas ni mercadillos electorales, sino el fiel cumplimiento de la palabra. Solo esta misión habría justificado cualquier condecoración o reconocimiento. Manuela Espejo, hermana de Eugenio, ambos adalides y próceres de la Independencia, mujer incorregible, ene l mejor sentido, que es el de enarbolar día a día la insurgencia, la rebeldía, la lucha por mejores días.

A este inmenso programa se une ahora el Sistema Nacional de Acogida, a través del cual el Estado pagará un bono de 240 dólares a las personas con discapacidad intelectual o física severa, y que por esta condición requieren ser atendidas por familiares o especialistas.

Esta nueva misión, que profundiza Manuela Espejo, lleva el nombre de otro ecuatoriano ejemplar: Joaquín Gallegos Lara, guayaquileño, escritor, combatiente por las mejores causas de la humanidad. Gallegos Lara jamás pudo caminar, pero nada detuvo ni su ímpetu, ni su coherencia revolucionaria. Nos legó cuentos, ensayos y la estremecedora novela “Las Cruces sobre el Agua”, relato sobre la base de la masacre a obreros y panaderos del 15 de noviembre de 1922.

“Pedimos a la madre, a la hermana, a un vecino solidario, que atienda permanentemente a las personas con discapacidad, le damos un bono de 240 dólares para una atención personalizada”, dijo recientemente Lenin, en otra fehaciente prueba de su humanismo y sensibilidad.

Es esta la filosofía de vida a la que seguramente hace alusión la Universidad de las Américas y el Glion Institute of Higher Education, de Suiza, para conferirle esta noche el Doctorado Honoris Causa a nuestro querido Lenin, y, lo que es más, el segundo ciudadano del Universo en recibir esta distinción, después de la otorgada a Nelson Mandela.

Honoris Causa quiere decir: “por causa o razón de honor” y ¿qué mejor causa y honor que dedicar el talento y esfuerzo para servir a los demás, a los desheredados de la historia?

Precisamente con Lenin y otros compañeros invocamos a Joaquín Costa y Benjamín Carrión para proclamar la urgencia de “volver a tener Patria”. Para dejar atrás los años y décadas de penas y escombros, ese pasado de espanto y ceniza, debíamos rehacer tantas cosas, y,  entre ellas, el sentido y la naturaleza de la universidad ecuatoriana.

Esa universidad ultrajada, como dijo alguna vez Alfredo Pérez Guerrero, debía ser observada con altruismo y severidad. Altruismo, por su invalorable aporte al desarrollo de las ciencias, la tecnología, y también con severidad, porque desde hace décadas su antigua rigurosidad académica fue vencida por intereses espurios y colusorios.

Hace pocos días, cuando nos tocó regresar a la querida universidad Central del Ecuador, recordamos una especie de sentencia histórica del Manifiesto de Córdova de 1.918 y que dio origen a la Primera Reforma Universitaria de Nuestra América, en el siglo XX. Cito:

“Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes (…) y lo que es peor aún, el lugar donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron cátedra que las dictara”.

Lo terrible no es la sentencia, es su actualidad, su dolorosa actualidad, y cabe en todos los ámbitos, porque otro mito falsario es aquel que tiene que ver con declaratorias de que todo lo que privado es superior a lo público. Hoy, y aquí, en una universidad privada debemos hacer incapié precisamente en esto. La democratización de la universidad, su excelencia, su rendición de cuentas, es para todas las universidades, no solamente para las públicas, de lo contrario nos encontraremos con contrabandos desagradables a lo largo del camino.

Hemos planteado ya no una reforma, sino una verdadera revolución universitaria, que recoja el espíritu de la más noble tradición de la universidad como comunidad libre y autónoma de maestros y de estudiantes asociados para la búsqueda conjunta del saber, teniendo como meta el servicio a una sociedad cada día más compleja  y con experiencias dispares.

Es necesario tener presente que la universidad ecuatoriana en su conjunto fue víctima de políticas absurdas. De un lado fue secuestrada por una falsa izquierda, y de otro, por las prácticas neoliberales más aberrantes.

Si en la una esquina estaba una supuesta Izquierda, en realidad gansteril y garrotera, que en lugar de arrojar ideas arrojaba piedras, en la otra todo estaba reducido al mercado, al lacayismo, a la interpretación perversa de convertir al egoísmo en virtud. Contra ambas expresiones retardatarias hemos luchado y lo seguiremos haciendo. El país no tolerará nunca más universidades aliadas al conformismo, la mentida y la mediocridad. Necesitamos universidades públicas o privadas que hagan honor a esos tres ejes citados y que son de urgente aplicación: democratización, excelencia y rendición de cuentas.

No podemos contemplar la tragedia y solamente ser testigos de la misma. No vamos a dedicar nuestra energía a deplorar lo ocurrido con la educación superior: su mercantilismo, entrega al utilitarismo, su renuncia a la crítica, su domesticación a dogmas y mitos, su allanamiento al sofisma del “fin de la historia” y al vergonzoso “Consenso de Washington”, es decir, su atomización, su reducción a espacios de horizontes chatos y mezquinos, marcados exclusivamente por el interés privado, por la voracidad económica. No, hoy no somos testigos de la desdicha, sino actores de la transformación.

Desde el más profundo respeto a la autonomía universitaria, a la libertad de cátedra, debemos recuperar la plena dignidad de la educación superior, y proponemos hacerlo a partir de los propios atributos que nunca debieron ser motivo siquiera de suspicacias o subterfugios. Me refiero a la excelencia, el sentido de comunidad académica y la vocación investigativa ligada a las necesidades del desarrollo social y económico del país.

La Universidad de Guayaquil, a través de graves declaraciones de su rector, había virtualmente aupado el oscurantismo, la mediocridad y la violencia, ha hecho pública, mediante un comunicado oficial firmado por el propio rector y algunas autoridades, una sentida disculpa al pueblo ecuatoriano y a la comunidad universitaria. Este hecho debe ser motivo de reflexión colectiva y de entender que la auto crítica no es como una penitencia, sino, y en especial, como un regreso a las verdaderas fuentes académicas, altruistas, humanas. Enhorabuena que esa meditación colectiva derive en declaraciones de esta naturaleza, porque nos advierte que la esperanza por la transformación integral de la sociedad tiene eco y nos ofrece la certidumbre de que vamos por el camino correcto.

En el mismo sentido, y rindiendo tributo al debate académico y a la elevación del mismo, sería, sino meritorio, al menos prudente, que algunas autoridades  de otros centros universitarios, que algunos columnistas, algunos editorialistas, den paso a la confrontación doctrinaria y no al simple desvelo o amargura de su corazón.

Por venir precisamente de la academia, jamás vamos a rehuir el debate, pero el mismo tiene que cumplir con requisitos fundamentales, como al veracidad contra la conjetura, la investigación rigurosa contra el rumor maligno, la veracidad de datos y encuestas contra la malévola chismografía. Quienes asumen la tarea de ser analistas deben cumplir entonces con ciertos parámetros elementales.

No por hacer daño al gobierno debe hacerse mal al país; no por tratar de desprestigiar tal o cual política debe incubarse odios y rencores abominables, como, por ejemplo, y a propósito del Honoris Causa, el engendro que cierto diputado envió a la Universidad de Illinois para tratar de desprestigiar al Presidente de la República. Ese asambleísta andino mandó a la Universidad de Illinois una carta en la que acusaba al Presidente hasta de tráfico de personas; eso es, definitivamente, intolerable, pero me ratifico en la apertura a la crítica, que será siempre bienvenida, la oposición sana será incluso saludada, pero tratemos los temas referentes a la Patria con el corazón en la mano y con la sabiduría que merecen los asuntos de la nación.

Ni el simulacro ni la doble moral pueden ser parte de un debate necesario e impostergable: hoy más que nunca la democracia debe ser robustecida con la participación ciudadana, con la confrontación de idearios y doctrinas, con la voluntad política para enfrentar los cambios que el país demanda y que ciudadanas y ciudadanos exigen. Para ello es también necesario aprender a perder, porque la democracia es el espejo del triunfo de las mayorías, y hay que estar atentos al rumor del pueblo en marcha, de lo contrario, muchos políticos y académicos no asistirán ni al porvenir ni al destino, porque el tren de la historia no espera ni el tiempo da marcha atrás.

Esa historia nos exige hoy no solo transparencia, honestidad y pulcritud, también demanda, como en el caso universitario, excelencia y eficiencia. Vamos a dejar a un lado lugares comunes, mitos y manuales, demagogia y retórica, y nos vamos a imponer una especia de ritual por la verdad, aunque esa verdad se revele terrible. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, dice Serrat, ese gran cantautor español que tanto ha influido en nosotros y en particular en nuestro compañero Vicepresidente.

La Patria, la universidad y la vida merecen que sacrifiquemos la comodidad del discurso inflamado y pasemos a una etapa en que desmitifiquemos cualquier barbarie, aunque lleve una máscara insurgente. Ese gran teórico italiano Antonio Gramsci decía: “Debemos trabajar en la crítica política, crítica de las costumbres, en la lucha por destruir y superar ciertas corrientes de sentimientos y creencias, ciertas actitudes hacia la vida y el mundo”. Y esa crítica a las costumbres y la apuesta por el cambio cultural es precisamente lo que ha hecho el compañero Vicepresidente.

Invocamos, Lenin, la hermandad  y la fraternidad, no exentas por supuesto de contradicciones. No vamos a ocultar divergencias, vamos a debatirlas. Vamos a ese cambio cultural, y la universidad es un matriz para ello. Hacerlo va a significar ahondar en argumentos complejos, pero sin victimizarnos, sin tratarnos con falsos paternalismos, amando la verdad, aceptando todas y todos el imperio de la Ley, diciendo las cosas que se deben decir –no las que se quieren escuchar-, así podremos avanzar y conquistar la Patria democrática, altiva y soberana.

Creo que debemos afianzar paradigmas para esta nueva era, para este cambio de época y uno de ellos es la lealtad, y debo reconocer y agradecer a Lenin Moreno por su consecuencia, por su nobleza y caballerosidad. Me enorgullezco de contar con tu amistad, querido Lenin.  Has dicho que este proceso es una leyenda, y aspiramos que ese carácter legendario sea, al menos, la continuación del proceso que inició el general Eloy Alfaro y que fuerzas retardatarias truncaron.

Hoy vale, una vez más, recordar al Viejo Luchador, cuando decía: “La revolución era necesaria, inaplazable, en el concepto de la mayoría de los ecuatorianos; como un remedio heroico para los males de la República”.

Vamos por esa senda, compañero Vicepresidente. La Revolución Ciudadana es irreversible, y tiene la fortuna de contar contigo. Tu hidalguía, tu amistad y tu nobleza nos va a acompañar por los campos roturados, por las quimeras y las frustraciones, por las conquistas y los nuevos desafíos, por las sombras y la luz equinoccial.

Gracias a la Universidad de las Américas y al Instituto Glion por este reconocimiento, aunque una vez más huelga decir que el doctor Lenín Moreno Garcés, es el mejor destinatario para recibir este tributo a la causa y el honor.

Un abrazo inmenso, compañero Vicepresidente.

¡Hasta la victoria siempre!”

Rafael Correa Delgado

Presidente Constitucional de la República