Condecoración «Medalla Rectoral» de la Universidad de Chile
Estoy francamente conmovido por el hecho de recibir un reconocimiento de una universidad tan prestigiosa.
El mundo entró al siglo XXI debatiendo una vez más sobre cómo debe ser la educación y mirando –con estupor- cómo expresan los colegiales sus expectativas académicas.
Sin embargo, muchas universidades –como ésta- ya habían establecido, desde hace tiempo, lo que los distintos debates no han acordado.
Voy a parafrasear uno de los principios orientadores de la Universidad de Chile, y decirle al mundo que la educación que anhelamos para nuestros hijos es aquella que “fomenta la actitud reflexiva, dialogante y crítica; que forma personas con sentido ético, cívico y de solidaridad social; que valora el respeto a personas y bienes y que fomenta el diálogo y la interacción entre las materias que dicta”.
¿Por qué pueden ustedes poner de manera tan clara lo que debe ser una educación que prioriza la formación sobre la información? Porque a lo largo de 170 años de vida académica, han visto pasar por las aulas toda la sociedad chilena con sus esperanzas y crisis, con los altibajos y aciertos.
La academia es y seguirá siendo uno de los pilares del desarrollo de una nación; y es una torpeza no tomarla en cuenta, a la hora de diseñar una política de estado sustentable.
Ustedes como universidad y como nación han estado presentes en la vida y formación de varios ecuatorianos. Lo digo por mí y por mi generación.
En mi adolescencia y varios años después, no hubo reunión de amigos, cuya guitarra no empezara bordoneando una canción de la Violeta, y aún hoy recordamos a Amanda corriendo a la fábrica, donde trabajaba Manuel.
Nuestros jóvenes fueron «Quilapayunizando» todas sus creaciones, cuando no «Intilimanizaban» la música andina tradicional.
Para los ecuatorianos que pasan de 40, el 11 de septiembre no está relacionado con las torres gemelas, sino con el truncamiento de una esperanza que se concibió entre todos los que queríamos un cambio pero que había empezado a latir en la Moneda.
Y es que en el imaginario latinoamericano Chile ocupa el lugar que le corresponde al que en Ecuador calificamos como «preparado» es decir, aquel que ha estudiado, que conoce, que tiene un alto nivel de información. Esa imagen queridos amigos, es producto de la Academia chilena, de estas aulas que ya son históricas.
Al entrar en un recinto como éste, suelo pensar, qué papel quisiera desempeñar, porque en la formación de generaciones, todos tenemos una parte importante de una bella responsabilidad.
Y me respondo siempre de la misma manera: quiero seguir siendo el alumno, con la mente abierta a un mundo cambiante y un espíritu crítico que cree poder cambiarlo todo.
Cuando asumimos el nuevo gobierno en el Ecuador, hace casi exactamente 5 años, nos propusimos, con el presidente Rafael Correa, cambiar aquello que creíamos estaba mal. Era una obra titánica porque, en no pocos casos, se trataba de situaciones secularmente mantenidas, de comportamientos bizarros defendidos por la inercia.
Ese es el caso de las personas con discapacidad, entonces olvidados de entre los olvidados, y ahora, preferidos de entre los preferidos.
Fuimos hasta donde ellos, a conocerles de primera mano, a escucharles, a preguntarles qué necesitaban; luego, tomamos la decisión de atenderles de inmediato y nos juramos que, nunca más existiría en el Ecuador, una persona con discapacidad que no fuera atendida.
“La vida es eterna en cinco minutos” decía Víctor Jara.
Hemos recorrido un buen trecho, pero estamos conscientes de que aún falta mucho por hacer. No es un éxito personal, sino el producto del apoyo de todo un pueblo, que hizo suyo el desafío de cambiar una realidad que creíamos inamovible.
Cuando la vida nos coloca en puestos de responsabilidad, con poder para cambiar, debemos acudir a nuestras raíces para encontrar en ellas el impulso.
Las mías, tienen muchos referentes nacidos en la tierra de Gabriela Mistral.
Hay una frase que le pertenece, y que bien podría constituirse en la mejor descripción de lo que hemos intentado, ser y hacer: «Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú. Sé tú el que aparta la piedra del camino.»
Amigas, amigos, colegas y cómplices de esta aventura de creer que podemos cambiarlo todo, muchas gracias.