DISCURSO DEL SEÑOR VICEPRESIDENTE EN EL 1ER CONGRESO DE ADMINISTRACIÓN PÚBLICA ECUATORIANA
Quito, 10 de marzo de 2011
“ADMINISTRACIÓN PÚBLICA: TEORÍA VERSUS PRÁCTICA”
“Cuando uno dice que una cosa es con guitarra y otra con violín, es porque sabe que, si bien los dos instrumentos musicales, y las cuerdas podrían parecerse, se tocan de distinta manera, y el sonido es diferente… Algo parecido sucede con la administración pública: uno suele imaginarse que administrar una institución pública es igual que administrar una organización privada y no es así. O uno cree que dominando la teoría, práctica se facilita y aclara y eso nunca fue cierto.
Porque las grandes teorías vinieron de Inglaterra y Estados Unidos, principalmente; pero, sus realidades son radicalmente distintas a las nuestras. Son países con aparatos estatales pesados y complicados cuyos funcionarios nunca tienen contacto con la cabeza.
Nuestro país, en cambio, está en un franco proceso de modernización del Estado, pero –para nosotros- la modernización es construir una administración oficial, que garantice a todos los ciudadanos el pleno ejercicio de sus derechos.
Por otro lado, nuestra sociedad es cada vez más compleja: las ciudades crecen y las zonas rurales se abandona; los problemas sociales se multiplican y transforman. Aparecen nuevos fenómenos como la migración o la explotación irracional de los recursos naturales.
Todo esto obliga a la administración pública a asumir nuevos desafíos y formular soluciones más creativas, más participativas y más descentralizadas.
Creo que podemos dividir el tema en dos instancias: la de los gobernantes y la de los administradores y empleados públicos.
En cuanto al Gobierno, resulta claro que estamos en una sistemática búsqueda de la excelencia y la solidaridad. Son términos que no suele combinar la teoría administrativa y que me gusta explicar citando a Eduardo Galeano, cuando recuperó el término “sentipensantes”: “La educación –dice el autor- nos descuartiza: nos enseña a divorciar el alma del cuerpo, y la razón del corazón. Sabios doctores, de ética y moral, han de ser los pescadores de la costa colombiana, que inventaron la palabra sentipensante, para definir al leguaje que dice la verdad”.
Y es que no podemos, no debemos teorizar fríamente sobre cómo debe ser una administración pública, sin pasar por el ser humano.
La excelencia, por lo tanto, es dar el mejor servicio, una excelente atención a todos, pero –de manera especial- a quienes nunca tuvieron nada. Ahora, el país define excelencia como “ser solidario con el que menos tiene”, sin embargo, hay más: pensamos en el ser humano, pero también en su patrimonio cultural y natural.
Así fue como nos constituimos en pioneros en el mundo, con la propuesta del Yasuní-ITT, y con una Constitución que establece derechos para la naturaleza.
La administración pública no es un tema técnico, sino humano. No hay frías teorías, sino una praxis nacida del amor al prójimo.
El Gobierno de la revolución ciudadana ha demostrado que se pueden realizar grandes cambios en la institucionalidad pública. Ahí están el SRI, Registro Civil, Seguro Social, por citar solo algunos casos.
Hemos apostado a lo público. Tenemos la obligación de garantizar la educación, la salud, la alimentación, la seguridad social y el agua. Debemos garantizar y defender la soberanía nacional y la integridad territorial. Debemos fortalecer la unidad en la diversidad, erradicar la pobreza, promover el desarrollo sustentable y la redistribución equitativa de los recursos y la riqueza.
Debemos promover el desarrollo equitativo y solidario de todo el territorio, proteger natural y cultural del país. Garantizar a sus habitantes el derecho a una cultura de paz, a la seguridad integral y a vivir en una sociedad democrática y libre de corrupción. Para ello, tenemos la obligación de construir una sociedad sustentada en valores, en comportamientos éticos, en la garantía del acceso a una justicia imparcial, transparente y oportuna. Éstos, en parte, son los grandes desafíos y objetivos que la administración pública debe cumplir.
Quiero ser enfático: la administración pública solo cambia y mejora desde el ser humano, esa es la revolución.
La sociedad debe entender que la “cosa pública” es tarea de todos. Todos, de alguna manera, estamos directa o indirectamente vinculares a la administración: tarde o temprano requerimos de algún permiso, algún certificado, algún servicio por parte de una institución pública. En consecuencia, del Estado y sus instituciones.
Todos debemos prepararnos para ejercer un cargo público. Debemos conocer el Estado, entender sus cometidos, sus finalidades; aprender más de su organización, de su funcionamiento y –sobre todo- conocer las normas y disposiciones que regulan el ejercicio público.
Ahora planteamos que el giro en la administración pública, siempre desde el ser humano, debe tener cinco facetas:
La primera es la del liderazgo o dicho de otro modo: dar a los otros lo que yo quisiera tener. ¿Quién es el líder en administración pública? Aquél que tiene claro que el objetivo es el bien común o el buen vivir.
Esa sola visión del buen vivir cambia toda la estructura tradicional haciéndola participativa, creativa y dinámica. “Un líder sabe qué hacer, un administrador solo sabe cómo hacerlo”, decía Ken Aldeman.
La segunda faceta es la eficiencia, que definimos como “ponerse en el pellejo del otro”. Debemos romper los esquemas tradicionales de interminables trámites reglamentarios y lograr la atención inmediata del ciudadano. Si me pongo en el pellejo de otro sabré cómo quiere que le trate.
Una tercera faceta es tomar conciencia de que la solución está en cada uno de nosotros y que debemos actuar pensando en el otro.
Para este gobierno, la primera responsabilidad de un servidor público debería ser la de ser feliz. Hay dos maneras: la sonrisa y la amabilidad que, a la larga, son una sola, porque el amor al prójimo genera paz en la conciencia.
Dice un proverbio persa: “Con palabras agradables y un poco de amabilidad se puede arrastrar a un elefante de un cabello”.
Me gusta mucho la frase de Esopo que refiere que “ningún acto de amabilidad, no importa si es pequeño, será desperdiciado”.
La cuarta faceta la llamo “la autoridad es la del talento único”, es decir, cómo poner mi talento al servicio de otro.
Vamos a dignificar y tecnificar al empleado público. La autoridad se gana con el desarrollo de nuestros talentos. Debemos generar instituciones públicas que permitan, a cada servidor, encontrar su talento único.
Parafraseando a Plutarco diré que “el administrador público no es un vaso por llenar sino una lámpara por encender”.
En este punto, celebro que sea la Universidad Central quien haya convocado a una sostenida reflexión sobre la administración pública, porque es la Academia la llamada a refrescar y actualizar las investigaciones sobre políticas públicas, los sectores estratégicos, el desarrollo territorial, la descentralización, los procesos de desconcentración, el gobierno electrónico, las empresas públicas y el nuevo talento humano en la administración.
Finalmente, una quinta faceta: el servidor público hace el futuro, pues yo construyo el país que quiero dejar a mis hijos.
La sociedad no es un ente etéreo o indefinido. Está compuesta por todos nosotros, los cimientos de la sociedad son las familias que integramos.
Los administradores públicos somos, pues, la imagen del Estado y “contagiamos” esa imagen con nuestra actitud a una sociedad que es la que nosotros también conformamos, es decir, estamos en un círculo virtuoso.
Siempre he dicho que todos somos vendedores y debemos ser buenos en eso. Seamos, pues, buenos vendedores de certezas, de que el futuro mejor sí es posible.
Bernard Shaw comentaba: “Ves cosas y dices ¿por qué?, pero yo sueño cosas que nunca fueron y digo ¿por qué no?”
La administración pública se enfrenta al reto de administrar y conducir una nueva sociedad. Una sociedad que privilegie el conocimiento y a la vez la inclusión. Esto nos impone la necesidad de transmitir nuevos valores a lo interno de la administración, crear una nueva cultura del servicio público, cuyo objetivo central sea el ciudadano y sus derechos, y cuya aspiración sea la construcción de la sociedad del buen vivir.
La administración pública debe y puede cambiar. Lo hemos demostrado y tenemos que seguir así.
Quisiera terminar citando a Mario Benedetti e invitando a todos a que asumamos esta actitud: “No te rindas, por favor, no cedas, aunque el frío quema, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento. Aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque la vida es tuya y tuyo también el deseo. Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque cada día es un comienzo nuevo, porque es la hora y el mejor momento”.
Esta es la hora de la administración pública ecuatoriana”.
Amigas, amigos.