DISCURSO DEL SEÑOR VICEPRESIDENTE EN RECORDACIÓN DE VÍCTIMAS DEL HOLOCAUSTO
Quito, 27 de enero de 2011
Decía un querido amigo de la comunidad judía, que el Holocausto es la colección completa de las violaciones de los derechos humanos, y constatábamos con tristeza -y espanto-que el descubrimiento de los horrores cometidos, fue lo que permitió –y sólo entonces- una legislación sobre los derechos humanos y la célebre declaración de las Naciones Unidas.
Con espanto, decía, porque 70 años después, nos seguimos preguntando cómo es posible que tengamos que constatar la estupidez y violencia humanas, a escala ignominiosa, para legislar sobre ellas. Más aún: cómo es posible que tengamos que legislar para ser justos, equitativos o, lo que es peor, para ser humanos.
No es el único holocausto en la historia de la humanidad (aunque sé que a mis amigos judíos no les gusta equiparar ese término a otros momentos criminales) pero cabe recordar también el holocausto camboyano a órdenes de Pol Pot y los Jemeres Rojos o la cruel conquista española con tantos millones de indígenas exterminados, por mencionar sólo un ejemplo.
En la mayoría de los casos, es la extraña tendencia del ser humano a discriminar al distinto.
Si contáramos ahora a un joven, que se mató a los indígenas, dueños de un territorio, porque eran eso: indígenas, es decir, oriundos del lugar, no lo creería, o acaso buscaría la motivación en otra área.
Y si relatamos a un recién llegado al planeta que hubo una actitud desquiciada, encabezada por un alemán, que decidió exterminar a los distintos a él en todo sentido: en el religioso, en el político, en el racial, en el de la orientación sexual… estoy seguro de que supondrá que estamos haciendo ciencia ficción del horror.
Pero, aún a riesgo de parecer exagerado, debo admitir que todavía hay esa tendencia. No hemos aprendido de la historia. Todavía asistimos a discriminaciones en el mismo planeta que condena los holocaustos: hay marginaciones porque son de otro sexo o de otro color de piel, hay marginaciones porque no hablan el mismo idioma o no creen en el mismo dios, y –peor aún- porque no tienen las mismas capacidades.
¿En qué se diferencian esos marginadores de los causantes del Holocausto? me pregunto. Y creo que la respuesta la tenemos todos en la retina del alma: sólo en el número de víctimas.
Por eso, concuerdo con todas las instituciones convocantes al evento de hoy, en que la recordación es necesaria.
En primer lugar, para aprender del ejemplo:
Científicos judíos dijeron el año pasado que “lo más importante no es el holocausto, sino la huella que dejó” y quiero subrayar el asombro mundial ante una huella inesperada, porque la actitud de los sobrevivientes es insuperable:
¿Quién de nosotros no se ha sobrecogido con los cuadros de Marc Chagall, Frida Kahlo, Modigliani o Pissarro?
¿Y nos hemos vibrado con el violín de Isaac Stern o el de Heifetz, el saxofón de Stan Getz o las célebres composiciones de Gershwin?
Hay que decirle al planeta que todos ellos son la huella que dejaron los sobrevivientes del Holocausto.
Como lo es el inventor de la vacuna contra la poliomielitis, Jonas Salk; el padre de la bomba de hidrógeno, Edward Teller, sin dejar de lado al incomparable Einstein y el inolvidable Carl Sagan.
La lista se nos ha hecho, felizmente, casi interminable en número y en áreas: Cary Grant, Daniel Barenboim, Oliver Stone, Calvin Klein, Paul Newman, Barbra Streisand.
Y, aunque para la mayoría resulte inexplicable, grandes humoristas: Woody Allen, Marcel Marceau, Mel Brooks, Peter Sellers.
Por otro lado, si ustedes han visitado Israel, se habrán sorprendido del riego por goteo que parece haber hecho fértil la piedra, de la rica museografía y las innovaciones en arqueología. Siempre he destacado la importante política turística de Israel al haber sacralizado el sitio, la fecha y el personaje y, con ello, dotado de millones de visitantes a su pequeño territorio.
En segundo lugar, hay que recordar para aprender:
Decía el Che Guevara “… Y sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario” y Einstein nos recordaba que “La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”
No podemos mantenernos quietos ni callados ante la injusticia, aunque fuera de siglos o décadas atrás, porque nuestra obligación es formar a las generaciones que vienen, desde la trinchera que hayamos escogido.
Y, decía, así como hay ejemplos dolorosos que debemos recordar para no repetir, hay también vidas ejemplares que debemos perpetuar para imitar.
¡Cómo no exaltar nombres de ecuatorianos como Manuel Antonio Muñoz Borrero que, violentando reglamentos internos de Cancillería, puso en riesgo su cargo y su estabilidad familiar, al dotar de pasaportes ecuatorianos a 702 hermanos judíos para que pudieran escapar de los campos de concentración y del mismo territorio alemán!
¡Cómo no recordar a todas las autoridades que construyeron un Ecuador ejemplar, y a veces único, en establecer medidas humanitarias para favorecer la migración judía hacia nuestro territorio!
Hago un público reconocimiento a algunos que nos antecedieron en Carondelet y que hicieron de Ecuador el único país que nunca cerró la migración judía, (a excepción de un solo fin de semana) así como el único gobierno que aceptó oficialmente como válidos los pasaportes que emitía la Sociedad de las Naciones.
Parecería ser, quiero creer, que siempre fuimos una nación con vocación de paz, un pueblo con tendencias humanitarias y profundamente solidarias.
Hablé de trincheras, porque esta es una batalla contra la perversidad y la ignorancia. Y esta noche hay muchas trincheras representadas: está el gobierno, la docencia, la empresa, el hogar…
Si empuñamos las armas de la justicia y de la Solidaridad, sé que aquella triste Noche de los Cristales Rotos se transformará en el Amanecer de las Promesas Cumplidas en la Tierra de la que fluye leche y miel.
Amigas, amigos: mientras de nosotros dependa: ¡nunca más!