Lanzamiento del libro «Rafael Correa. Balance de la Revolución Ciudadana»

Quiero, ante todo, saludar una propuesta joven y fresca como es este balance.

 

 

Sebastián y Santiago apostaron a generar un espacio de exposición de posturas y opiniones; pidieron a los autores un ejercicio serio y ponderado  de visiones particulares sobre 5 años de gobierno y creo que lograron un conjunto de apreciaciones que se acercan a generar ese equilibrio que demanda el término ¨balance¨.

 

La conclusión primera y más evidente que puedo hacer, es constatar que la revolución ciudadana motiva no solo el interés nacional, sino que ha rebasado fronteras.

 

Me vi tentado a insistir en que nadie puede negar los logros como una pobreza que ha bajado, o el mayor empleo. Me vi tentado a comentar sobre la inversión pública, la soberanía, y quería hablar de la inclusión de amplios sectores tradicionalmente marginados.

 

Pero no.

 

Mejor quiero hablar ahora de la necesidad de una crítica fresca, y voy a comentar los errores y desaciertos que hemos tenido en estos 5 años.

 

Siempre he dicho, y lo sostengo: las críticas no son sino asesorías gratuitas, y las he aceptado y usado para enmendar algunos caminos en las labores de la vicepresidencia.

 

Hemos cometido muchos errores, pero solo voy a referirme a unos cuantos.

 

El más grave y doloroso fue el tema de las prótesis, tan necesarias para una persona con discapacidad.

 

Podíamos fabricar 900 al año, y así empezamos a trabajar, sin percatarnos de que el país necesitaba 6.000. Esoo significa que las personas con discapacidad  ¡los niños que deberían poder jugar todo el día! iban a esperar más de 6 años para tener algo que, por derecho, les debe ser dado inmediatamente.

 

¿Cómo es posible que no prestemos oídos a la gente que tanto necesita y que les hagamos esperar con indolencia?

 

Lo mismo sucede con las personas con discapacidad severa que requieren de atención y cuidado permanentes por parte de sus familiares.

 

Decidimos hacer casas de acogida para aquellas madres cuidadoras de personas con discapacidad.  También se las llama “casas de respiro”, porque se orientan a atender a la persona con discapacidad severa, mientras su familiar cuidador puede trabajar, respirar o descansar.

 

Error. Un especialista en el tema nos dijo que la peor familia, aquella desestructurada, solitaria, pobre y enferma… es mejor que la casa de acogida más lujosa que podamos hacer. Darles una acogida del día era mantener su invisibilización, prolongar la inequidad y evitar su inclusión en la vida diaria, en la familia y en la comunidad.

 

 

 

Hasta ahora no hemos logrado una educación inclusiva plena.

 

Seguimos sin propuestas claras para que las aulas integren a alumnos con discapacidad. Todavía estamos llenando los archivos de diagnósticos y estudios.  Lo que es peor: no hemos podido erradicar el acoso y la violencia o “bulling” a los niños con discapacidad.

 

En este mismo tema de la inclusión, si bien hemos generado interesantes vías de inserción laboral, estamos muy lejos de lograr la plena integración de las personas con discapacidad en las empresas e instituciones. Falta demasiado en temas de capacitación e inducción.

 

Finalmente, aunque todavía hay más falencias, me queda el mal sabor de que la accesibilidad sigue siendo una meta incumplida; el diseño universal no es norma; el transporte es deficiente, y la circulación peligrosa.

 

No obstante, el mayor desacierto está en el concepto que he manejado de revolución.

 

Esa revolución a ultranza que añoraba, es un sistema diseñado para otro tipo de seres humanos: aquellos de valores más consolidados.

 

Debí haber manejado otro concepto de revolución: el de la sostenibilidad. Me equivoqué cuando pretendí forzar a nuestros hermanos a ser lo que no son. Creo que la tarea fundamental de un proceso revolucionario sostenible, es empezar por consolidar los criterios, empezando por los primordiales: el criterio de socialismo y el criterio de solidaridad.

 

Cuando consolidamos criterios, generamos valores, formamos a la niñez y a los jóvenes para convertirles en el hombre nuevo del que hablaba el Che.

 

No podemos obligar a tener valores. Quise avanzar muy rápido, y en el camino aprendí que debemos ir compartiendo, pasito a paso, afianzando lo aprendido y permitiendo que la sociedad haga suya la propuesta.

 

Estoy seguro de que la intención de Sebastián Mantilla y  Santiago Mejía fue la de contagiarnos a los autores, y también a los lectores, de su actitud joven, proactiva y fresca, que invita a pasar de la protesta a la propuesta.

 

Sobra decir que sí lo lograron.

 

Amigas, amigos, muchas gracias.